Agonía que siempre vuelve y nunca se va. Agarra con fuerza, aprieta el cuello como un macabro collar, se sube a la espalda para no dejar mirar, golpea el pecho para no poder respirar y cuando menos te lo esperas, la agonía envuelve todo.
Buscaba una estrella muy concreta, muy particular, tenía que ser la más brillante.
Busqué horas y horas en el firmamento, varias veces me quedé mirando la gran luna llena que parecía disfrutar con mi búsqueda y varias veces tuve que volver a comenzar.
Cuando parecía que la tenía, desaparecía. Por eso, le pedí al gran arquitecto que me acercara una gran escalera, pues con ella podría observar a la traviesa estrella desde más cerca para que no volviera a desaparecer ante mis ojos.
Una vez que cogí a la estrella con las manos, la guardé en una cartera que llevaba conmigo, al llegar a casa y comprobar que allí seguía pude ver que la preciosa estrella había perdido totalmente su brillo.
Me miró angustiada, no podía hablar, se estaba muriendo. Por eso, volví a tomar la escalera y la dejé en el firmamento.
Desde ese momento, me guía desde allí arriba en las noches frías y oscuras.
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